martes, 14 de marzo de 2023

RECUERDOS DE UNA VIDA LABORAL.

 

Confesión: Ánonimo.


Desde hace algunos años he participado esporádicamente en distintos chats de los muchos que se encuentran en internet. Normalmente los que más he visitado han sido los de más de 40 años.


Encuentro que, independientemente de lo heterogéneo de los participantes, el chat es un procedimiento de comunicación entre personas desconocidas que aportan sus ideas, comentarios, opiniones y propuestas que se difunden bien en las páginas generales o en los privados que pueden abrirse bilateralmente. Los contenidos son tan libres como espontáneos siendo imprevisible la expresión de cada cual.


La situación generada con la pandemia que padecimos incrementó mis conexiones, ya que las actividades que habitualmente ocupaban mi tiempo han quedado relegadas en espera de mejores tiempos.


Suelo usar un nick compuesto por mi nombre unido a mi edad (46).


Los mensajes que recibo en privado son variopintos y diferentes si bien es cierto que abundan los de contenido sexual variando la temática según la personalidad de cada comunicante, desde simples alusiones a aspectos personales a alucinantes propuestas rayanas en lo disparatado.


Hay una variante no muy frecuente pero realmente repetida en la que se pregunta si se realiza sexo a cambio de dinero. No sé si lo que se pretende es realmente establecer un contacto de esta índole o simplemente es una provocación lúdica de alguien desocupado. En todo caso, para evitar posibles confusiones yo me limito a cerrar la comunicación o contestar tajantemente que no.


Aun así estas demandas me han hecho reflexionar sobre el fondo de la cuestión. ¿Hasta que punto las mujeres tenemos interiorizado que el sexo es una fuente de recursos desde un punto de vista histórico y antropológico?


Aunque personalmente rechazo esta interpretación no puedo evitar reconocer que en mi experiencia personal han existido influencias más o menos vinculadas a este tipo de comportamiento. La primera de ellas es una que jamás reconoceré personalmente pero que en mi fuero interno no puedo ignorar: dudo mucho que yo me hubiera casado con mi marido si hubiese sido pobre y no gozara de una posición desahogada.


La segunda, mas evidente aunque igualmente no reconocida, tuvo lugar en el ámbito laboral en que me encontré hace ocho años.


Entonces trabajaba en una empresa cuyo nombre no hace al caso mencionar por razones obvias.


Mi puesto era de una simple administrativa adscrita a la Subdirección Financiera de la Compañía. El jefe de la misma, un vejete simpático, competente y razonablemente pasota que terminó sus últimos momentos, previos a su jubilación, dirigiendo la unidad con la solvencia que le proporcionaba su amplia experiencia sin crear tensiones entre el personal y manteniendo un clima de discreto paternalismo.


Su vacante se cubrió rápidamente con la incorporación de un ejecutivo relativamente joven 38 años (por cierto, igual que mi edad), que, casualidades de la vida, era el yerno de uno de los socios mayoritarios de la empresa.


Aparte de la comidilla propia de las circunstancias se observó que, independientemente de su formación académica, que era más o menos la adecuada, su falta de experiencia era apoteósica.


Justo es reconocer que el muchacho, con una imagen de pijo innegable, hizo verdaderos esfuerzos para ponerse al día, paliando en parte el mal efecto que había causado su nombramiento con una dedicación y un interés evidentes.


Cuando habían pasado seis meses desde su incorporación se produjo en el departamento una vacante por la jubilación de un compañero. Siguiendo la pauta habitual en el procedimiento la plaza se ofreció en primera instancia a los miembros de la Subdirección. El puesto no era relevante en modo alguno si bien, al considerar mis posibilidades, advertí que, aparte del incremento económico que era modesto, el cambio aparejaba una modificación de la categoría profesional que, quizá más adelante, pudiera serme útil en una posible promoción. Esto me decidió a solicitar la vacante.


Cuando finalizó el plazo de presentación de instancias una compañera amiga de recursos humanos me sopló, confidencialmente, que yo era la única solicitante. Me quedé ilusionada y esperé noticias sobre la resolución.


La siguiente noticia sobre el tema fue una citación para una entrevista de idoneidad que me haría el propio subdirector. Me quedé extrañada porque no tenía idea que fuera necesario. Mi amiga me aclaró que en los protocolos figuraba esa posibilidad aunque que el anterior subdirector siempre la obviaba.


El día previsto me presenté en el despacho del jefe y una vez los saludos de rigor, bastante protocolarios, me hizo una serie de preguntas relacionadas con la actividad del área. Al ser muy similares a las tareas que yo dominaba fui ganando seguridad y me sentí cómoda y tranquila. Todo bien hasta que al final me hizo una pregunta que me dejo desconcertada y fuera de juego; me dijo que cuál era mi opinión sobre el enfoque estratégico que debería tener la empresa para ampliar el mercado. Yo me quedé en blanco porque no tenía ni idea y consideraba que no era una materia propia de una simple administrativa. Lo cierto es que todo mi aplomo se vino abajo y entre titubeos y reiteraciones no di pie con bola. Él me escuchaba sin decir nada y eso me ponía mas nerviosa. Al final, cuando terminé de decir incoherencias me dio fríamente las gracias y me dijo que recibiría noticias en breve.


La brevedad se convirtió en una espera de quince días lo que a mí me dio mala espina. Ya me hice a la idea de que mi petición iba a ser desestimada.


Finalmente, recibí un aviso para que pasara a verle. Cuando entré, me saludo muy amable y enseguida me enfrió diciéndome que el resultado de la entrevista había sido positivo desde el punto de vista operativo pero que se esperaba que un puesto como el que se quería cubrir requería un mayor conocimiento de la cultura de la empresa. Yo me quedé muda ante esa afirmación que no entendía, lo único que me salió fue reconocerle que sentía no haber dado la talla. Hice ademán de levantarme y salir del despacho pero me detuvo y me dijo que no obstante habría forma de equilibrar el mal resultado de la entrevista. A partir de ese momento me soltó un galimatías sobre la cooperación a título personal del que inicialmente no entendí nada. Después, mediante medias palabras y lugares comunes me parecía entender que lo de la cooperación personal se refería a sí mismo. En la duda no quise precipitarme y espere a que me aclarase de qué demonios estaba hablando. No conseguí entenderlo del todo, aunque llegué a la conclusión de que mi intuición era acertada. Me estaba proponiendo, eso sí, mediante un lenguaje equívoco, meterme en su cama.


Cuando termino su perorata le dije que no sabía realmente en que consistía la colaboración pero que lo pensaría. Me contestó que le parecía bien. Que lo pensara y le diera respuesta lo antes posible.


A mi no me quedaba ya ninguna duda del chantaje de que era objeto, pero decidí forzarle a que fuera él quien se pronunciase de una forma indubitable. A los dos días pedí permiso para verle y cuando me recibió le solté directamente que después de pensar detenidamente en lo que me había dicho había llegado a la conclusión de que lo que pretendía de mi era que me acostase con él. Que me disculpase si no era así, pero que me lo aclarase porque estaba sumida en un mar de dudas. El todavía no reconoció que esa fuera su intención, aunque no lo desmintió expresamente y reconoció que en ese terreno nada era descartable. Para mi ya había quedado claro así que le dije que me daba por enterada y que necesitaba reflexionar antes de tomar decisión alguna. Respondió que estaba de acuerdo y que le hiciese llegar la respuesta afirmativa o negativa.


Estuve un par de días dando vueltas al asunto. Por una parte me molestaba que se utilizase esa estratagema para forzarme a tener sexo, cosa que a mi tampoco era algo que me repugnase. Por otra, pensé que había tenido varias aventuras que habían resultado totalmente prescindibles. Finalmente decidí lanzarme a la piscina y le envié un correo dando en principio mi conformidad condicionada a las circunstancias que le pedía me concretase.


A vuelta de correo me envió un mensaje en el que me citaba el siguiente viernes en un restaurante que estaba al otro extremo de Madrid.


Allí estaba yo esperándolo cuando él llegó en su coche. Yo había llegado en taxi para no hacerle esperar pero tampoco quería manifestar ansiedad así que cuando entró esperé un par de minutos e hice como que llegaba en ese momento. A él ya le habían dado una mesa situada en un sitio discreto pero no escondido. Fui directamente a la mesa y al verme se levantó rápido y esperó a que me sentara.


Se sorprendió de mi rapidez y le dije que el metro había venido muy bien, no le comenté lo del taxi para no dar una impresión de demasiado interés. Se mostró muy agradable y simpático, nada que ver con su pose en la empresa y estuvimos hablando de naderías sin hacer alusión al motivo del encuentro. Cuando miré la carta me di cuenta de que el sitio era de postín, la comida le iba a salir por un pico, pero se notaba que él estaba en su ambiente.


Al comenzar a hablar me pidió que nos tuteásemos, lo que estuvimos haciendo todo el tiempo. Sólo dejó claro que en el trabajo deberíamos mantener el trato habitual.


La conversación, totalmente distendida, trató de lugares comunes sin mayor interés y sólo, cuando esperábamos los postres, decidió entrar en materia. Me confesó que le había atraído desde el primer momento y que había aprovechado mi petición del puesto para tenderme esa encerrona. Quise que me concretara que era lo que deseaba exactamente de mi y reconoció que buscaba tener un solo encuentro íntimo conmigo para hacer sexo. Había pensado que fuéramos a un hotel un día por la tarde.


Ya había supuesto yo que su propuesta iba a ser por el estilo así que sin hacerme la interesante le contesté que estaba conforme con el trato. Si se sorprendió con mi rápida respuesta no lo manifestó. Se comprometió a que el lunes daría la orden de formalizar mi nombramiento.


Después, en tono más personal, me preguntó si tenía alguna preferencia en materia de sexo. Contesté que, dadas las circunstancias, prefería cumplir mi parte del trato adaptándome a sus deseos. No parecía tener una intención definida aunque dejó caer que prefería no usar preservativo. Yo dudé en aceptar y le mostré mi recelo, aclarándole que tenía pánico a cualquier contagio. En cuanto a un embarazo indeseado lo descarte porque yo utilizaba siempre anticonceptivos. Me aseguró que estaba sano y que sólo había tenido sexo con su mujer. Le di un voto de confianza y acepte. Le insistí en si había algo más que debiera saber y él, un poco dubitativo en ese momento, reconoció que pudiéramos tener alguna dificultad porque su tamaño era algo superior a lo normal. No me preocupó lo más mínimo y se lo dije, con un poco de gel no suele haber mayores problemas.


Quedamos en abrirnos dos direcciones de correo reservadas y usarlas para comunicarnos con la máxima discreción.


Cuando salimos lo hicimos por separado por ese acuerdo de mantener el secreto.


Efectivamente el lunes siguiente recibí una llamada de mi compañera anunciándome que se había aceptado mi nombramiento y que ya estaba en marcha el papeleo.


También recibí un correo de origen en principio desconocido en el que él me pedía que contestase con mi nueva dirección. Así lo hice y durante unos días quedé pendiente de recibir su mensaje.


Tardó en llegar una semana. Me proponía vernos una tarde en una especie de hotel en el que alquilaban habitaciones por horas. De entrada me pareció un poco cutre pero eché un vistazo a la página web y vi que era un sitio muy selecto. Ya las tarifas definían su categoría. Di mi conformidad y quedamos citados para el siguiente jueves.


Entretanto pensé qué ropa iba a ponerme y, después de darle muchas vueltas, decidí llevar un atuendo sencillo con un ligero toque elegante. Eso sí, me compré un conjunto de ropa interior que me salió por un pico pero que me sentaba de maravilla.


El día fijado fui con tiempo para echar un vistazo antes de entrar. Desde la calle no se apreciaba nada especial. El establecimiento estaba en una entreplanta que no se veía desde la calle. Esperé un rato hasta que salió mirando a la acera. Me acerqué y me dijo que ya había gestionado todo y que iríamos directos a la habitación. Efectivamente el local estaba decorado con gran lujo y la tenue iluminación en tonos violáceos daban sensación de relax. El cuarto, que después supe que era de los más caros, era espléndido. También iluminado con tonos moderados disponía de todo tipo de comodidades, incluyendo un cuarto de baño con un jacuzzi espectacular. La cama era gigantesca y su ropa exquisita.


Intuí que él estaba nervioso. Una vez lanzado se había mentalizado pero en aquel momento le vi vacilar. Para romper la tensión le propuse tomar una copa de champán, cortesía de la dirección, según rezaba una tarjeta y, aunque resultó ser un cava mediocre, sirvió para romper el hielo.


Pasé al baño y aproveché para aplicarme unas gotas de gel en la vulva. No me olvidaba de su advertencia sobre el tamaño y no quería descuidarme. Cuando entre en la habitación él seguía sentado en uno de los sillones. Me acerqué y le pregunté como quería que empezáramos.


Él continuaba indeciso, nervioso, se le notaba claramente su inexperiencia en este tipo de encuentros. Decidí tomar la iniciativa y le fui desabrochando la camisa lentamente. Mi ejemplo le hizo reaccionar y me fue también desnudando. Al quedarnos ambos solo con la ropa interior se confió y era evidente que se sentía más cómodo. Me desprendió el sujetador que cayó al suelo y cuando empezó a bajarme las bragas lentamente yo le quité los calzoncillos de un tirón.


Cuando vi su pene, semierecto, pensé en lo que él había definido como algo superior a lo normal era un ejemplar enorme, tanto en grosor como en longitud y me entraron serias dudas de si, una vez totalmente erecto, mi vagina iba a poder asimilar aquel monstruo.


No pude menos que comentarle que a qué lo que el llamaba algo mas grande era una barbaridad. Volvió a sentirse inseguro y me dijo que si no podía ser lo dejábamos. Le tranquilice con una caricia y le animé a que se relajara porque todo se podía intentar.


Antes de tendernos en la cama pasé de nuevo al cuarto de baño y me di un poco más de gel para facilitar la penetración. Cuando regresé estaba tumbado boca arriba, me puse a su lado y le acaricie lentamente el miembro. Como yo suponía al conseguir la erección su tamaño quedó en evidencia y volví a dudar si me entraría sin causarme serios daños. Para no agobiarme me lancé a la tarea, le deje tumbado y me coloqué encima para poder controlar yo la acción. Fue entrando con dificultad, pero poco a poco conseguí que mi vagina se dilatase lo suficiente para recibir aquella mole sin molestias. Cuando sentí que todo estaba en mi interior hice un pequeño movimiento para acomodarme y cual sería mi sorpresa cuando él tuvo un fuerte estremecimiento y noté su eyaculación en mi interior.


Esperé unos momentos para ver como reaccionaba, pero se quedó muy quieto, con los ojos cerrados y la cara relajada.


Sin decir nada, me levanté de nuevo al baño y según daba unos pocos pasos sentí como un río de semen me bajaba por los muslos. Me metí en la ducha y me lave a fondo para desprenderme de todo aquello, me sequé y volví a la cama. Estaba con los ojos muy abiertos y con un gesto preocupado. Le hice una caricia de complicidad y me tendí a su lado pasándole la mano por el pecho.


“Lo siento”, dijo con un hilo de voz.


“¿Por qué?”, le pregunté.


“Porque ha sido ridículo.”


“No, simplemente estabas muy tenso”.


“¿Te he hecho daño?”


“En absoluto, y eso es lo que te ha bloqueado, estabas pensando en que me lo podías hacer.”


“Si, cierto, pero no sólo es eso”


Vi que quería desahogarse aunque no sabía si sería oportuno provocar su confidencia, tiré por un tema neutro.


“¿Hace mucho que no tienes un orgasmo?”


“Sí, bastante”


“Eso que es ¿una semana?¿Dos?”


“No, meses, muchos”


Me quedé extrañada, sabía que llevaba casado dos años con una mujer preciosa, una auténtica belleza que le había visitado un par de veces en su despacho y había causado sensación; por su físico, entre los hombres y por su gesto altivo, entre las mujeres. Que no tuviera sexo una pareja joven me resultaba extraño. No quise incidir con más preguntas porque en temas tan íntimos es mejor no inmiscuirse.


Le volví a poner la mano en el pecho y le animé a que descansara un rato.


Por un momento pensé que se había quedado traspuesto pero vi que seguía con los ojos abiertos y la mirada perdida.


Pasaron unos minutos en silencio que rompí yo:


“Bueno, ¿que te parece repetir, a ver si nos sale mejor?”


“¿No te importa?”


“No, ya que estamos vamos a aprovechar la tarde.”


Pese a que su tamaño era claramente grande en aquel momento su pene estaba en estado de flacidez. Puse mi boca en su glande y le di unos cuantos lametones. Pegó un respingo, no se lo esperaba pero reaccionó enseguida abriendo las piernas. Cuando me metí la punta en mis labios y succione levemente su erección se disparó rápidamente y tuve que sacarlo de la boca porque materialmente no me cabía. Seguí un rato pasando mi lengua por su prepucio y cuando vi que estaba a punto le pedí que se pusiera encima y, sobre todo, que entrase muy despacio.


Se lo tomó tan al pie de la letra que le tuve que animar a avanzar un poco más.


Esta vez también entró hasta el fondo. Yo notaba la presión en las paredes y el fondo de la vagina y me sentí, primero cómoda y después excitada.


Se fue moviendo lentamente, lo hacía con profundidad, sacando el pene casi entero para volver a entrar despacio pero apretando cada vez más en cada envite. Yo estaba ya francamente excitada; habitualmente no soy muy fluida pero percibía que estaba inundada con lo que el pene entraba y salía con toda facilidad.


También observé que él iba excitándose, su respiración y jadeos se intensificaron al tiempo que aceleraba sus movimientos y sus embestidas me llegaban con más fuerza, seguimos durante dos o tres minutos a todo ritmo y finalmente explotó en un orgasmo que le produjo una serie de estremecimientos. Al tiempo, cuando sentí su emisión de semen yo me corrí como una loca. Hacía tiempo que no tenía un orgasmo de aquella intensidad.


Durante un rato se quedó tumbado encima de mi, luego se giró y en su expresión note su satisfacción.


Nos quedamos tumbados, callados, descansando. Al rato volvió la cara hacia mi. Con un gesto serio y amable simplemente dijo:


“Gracias”


Contesté: “de nada, era lo pactado.”


Durante un par de minutos nos miramos en silencio. Yo intuía que el deseaba hablar aunque :no se decidía. Tomé la iniciativa.


“¿Hay algo que quieras contar?”


“Sí, no te imaginas el bien que me has hecho. Pensaba que nunca podría tener sexo con normalidad. Mi mujer se ha negado siempre a que la penetrase.”


“La verdad es que yo también he tenido mis dudas, no creas que tu tamaño es frecuente. Lo que no entiendo es que nunca hayáis tenido sexo.”


“Sí, pero tú, que no tienes ninguna vinculación me has aceptado e incluso has intentado que llegara a tener un orgasmo, y me has inducido a repetir, cosa que yo no me hubiera atrevido.”


“Míralo de otra forma, si lo hubiéramos dejado después de ese primer intento yo me hubiera sentido frustrada por no haber sabido complacerte, me parecería haber incumplido mi parte del acuerdo”


“No me convences, pero en todo caso repito, gracias”


“Vale, vamos a dejarlo así y voy a ver si ese cava cutre que nos han dejado está todavía frio”


Me levante, llené las copas con el cava, le di una y brindé con la mía: “Bienvenido al gremio de los infieles”


Bebimos y nos tumbamos de nuevo en la cama. Le puse la mano en el miembro que estaba en estado de reposo y él se puso a acariciar mis pezones que enseguida se erizaron.


A la vista de que aquello parecía animarse, le pregunté por cuanto tiempo había alquilado la habitación, me dijo que por dos horas.


“Pues no estaría de más que llamases a recepción y prolongases la estancia por lo menos por una hora más” “No te parece?”


“Conforme”


Fue al teléfono y tras breve conversación, dijo que todo arreglado, que podíamos estar todo el tiempo que quisiéramos.


Agoté el contenido de la botella de cava en las copas, bebimos y nos quedamos durante un rato tumbados, relajados y cómodos.


De forma discreta propicié que me confiara la situación tan extraña que tenía con su mujer. Debía estar deseando desahogarse porque fue desgranando una serie de situaciones que me confirmaron que su matrimonio hacía aguas por todos lados.


En síntesis los dos eran de una religiosidad extrema, especialmente su mujer que al no poder consumar con normalidad el matrimonio, al parecer las pocas penetraciones que habían compartido eran tan poco profundas que él dudaba de que el himen se hubiera desgarrado, aunque ella ya no se consideraba virgen.


A su vez él, precisamente por su mentalidad tradicional, no había tenido ninguna experiencia con otra mujer ni siquiera con una profesional y por otra parte, estaba angustiado por tener que recurrir a la masturbación para calmarse.


Percibí hasta que punto debía estar ofuscado y obsesionado para haberme hecho la propuesta de irse a la cama conmigo.


Lo único que podía hacer yo en esa situación era calmarle y tranquilizarle, así que traté de convencerle de que el sexo era algo natural y que luchar contra su necesidad era forzar la esencia del ser humano.


Al tiempo le fui acariciando de nuevo el fláccido miembro que otra vez adquirió la consistencia y el volumen que ya había demostrado.


Cambié de posición y le invité a probar una postura que sin duda le iba a gustar y me coloque de rodillas con los brazos doblados y la cabeza baja, y le pedí que me penetrara desde atrás.


Él siguió mi idea y esta vez entró sin ninguna dificultad hasta el fondo. Seguramente mi vagina se había adaptado a su tamaño, lo cierto es que ambos nos fuimos excitando y de nuevo llegamos a la explosión final prácticamente al mismo tiempo.


Me siguió sorprendiendo la copiosa emisión seminal que producía y fui otra vez a baño a lavarme a conciencia.


Cuando nos fuimos, él se quedó para liquidar la cuenta del hotel y yo me fui caminando hacia mi casa, no muy distante. Me apetecía ir reflexionando sobre la peripecia en que me veía inmersa porque la situación no respondía a lo que yo esperaba. En lugar de un episodio simplemente sexual para conseguir una ventaja laboral me había encontrado con una persona totalmente diferente a la imagen que tenía de él por lo que en vez de estar molesta por una invasión oportunista en mi intimidad me sentía satisfecha por el contacto humano que se había revelado, y, también, por que no decirlo, por los dos orgasmos brutales que me había proporcionado la aventura.


Durante los días que siguieron no varió nada en nuestra actitud en la empresa. Yo ya estaba integrada en el nuevo puesto, que como preveía no presentaba ninguna dificultad, y el ambiente laboral siguió siendo el mismo. Al jefe le vi en contadas ocasiones y siempre de paso, ambos mantuvimos una actitud distanciada como si no hubiera pasado nada. Yo era consciente de que cualquier imprudencia por nuestra parte podría tener efectos negativos para ambos. Por mi parte tenía fama de mujer seria y responsable que, en mi tiempo libre, me dedicaba a mi familia y a mi casa. Siempre había tenido mucho cuidado de no dejar traslucir nada que pudiera intuir mi doble vida.


En cuanto a él yo era consciente de que cualquier indiscreción podía llegar a oídos de su suegro con las consecuencias imprevisibles que pudieran derivarse.


Dos semanas más tarde recibí en el correo secreto un mensaje en el que me decía que quería hablar conmigo. Realmente lo había recibido tres días antes, pero yo había dejado de abrir ese correo. De hecho ese día lo hice por curiosidad pensando que debería anularlo.


Al contestar le dije que lo había visto por casualidad, si seguía interesado en hablar conmigo que me avisara cuándo y dónde.


La respuesta fue inmediata, proponía volver a comer al restaurante del primer día, aunque él preferiría repetir la visita al sitio de nuestro encuentro, dando por sentado que no tenía que sentirme obligada ya que con la primera vez se había cumplido nuestro acuerdo.


Contesté que yo también prefería ir al hotel. No di más explicación ni aclaración. Supuse que él ya entendería cual era mi parecer.


Me citó para el día siguiente a la misma hora.


Cuando llegué, con una mínima antelación, él estaba ya en la esquina del edificio esperándome. Como la vez anterior ya había pedido la llave y fuimos directos a la habitación.


Esta vez los dos estábamos mucho más relajados y yo simplemente tenía curiosidad por saber que novedad le había impulsado a citarme.


Nos sentamos en los sillones y él se encargó de abrir la botella que había en la cubitera. Esta vez sí era un buen champan. Me extrañó y lo comenté, con una sonrisa me confesó que lo había traído y había pegado el cambiazo. Bebimos despacio y con tranquilidad.


Antes de nada me agradeció mi presencia, había meditado mucho durante los quince últimos días y se sentía muy satisfecho por haber descubierto, gracias a mi, una forma de entender el sexo que desconocía, tanto desde el punto de vista físico como mental. Se le habían derrumbado prejuicios que le agobiaban al tiempo que había disfrutado como no había podido nunca imaginar.







También me confesó que le gustaría mucho que siguiéramos viéndonos, en el contexto que yo quisiera, aunque reconoció que a él le gustaría que fuera compartiendo sexo. En todo caso lo dejaba a mi criterio. Él por su parte había pensado en la forma de compensarme pero no había encontrado ningún resquicio en la empresa para poder mejorar mi situación.


Yo me esperaba algo parecido. Era consciente de la conmoción que la sesión anterior le había causado. Descubrir el sexo a los treinta y muchos años tenía que ser traumático desde cualquier punto de vista y se le veía afectado, aunque eso sí, positivamente.


“no tienes que compensarme con nada” le contesté. “si estoy aquí es porque me apetece” así que, mientras te apetezca a ti, cuenta conmigo”


“lo único que quiero dejar claro es que no quiero que sea un compromiso por ninguna de las partes y no afecte en absoluto a nuestras vidas familiares” “no quiero que nuestros encuentros perjudiquen a otras personas".


Continuamos charlando amigablemente durante un buen rato, dando cuenta de la botella de champán, hasta que él inició un acercamiento y me abrazó estrechamente.


Nos desnudamos mutuamente y nos tumbamos en la cama, que era tan grande y cuidada como la vez anterior. Él ya estaba casi a punto y con unos cuantos lametones terminó de llegar a su máxima erección que tanto me había impresionado. Esta vez no utilicé gel pero no fue necesario, lentamente se introdujo en mi vagina y me sentí llena y completa.


La tarde fue tranquila y apacible. Hicimos sexo varias veces, cambiando de posturas y él tuvo varios orgasmos y yo llegué dos veces a la gloria.


Entre medias estuvimos charlando amistosamente. Él estaba intrigado por mi vida familiar y privada. Le puse al corriente de lo mas esencial. Hija de un modesto funcionario había estudiado hasta Cou en un colegio de monjas y después había trabajado en varios sitios hasta que conseguí entrar en la empresa gracias a la ayuda de un amigo de mi padre. Me crie en un ambiente religioso, mi padre era muy beato, aunque a mi las monjas me habían eliminado cualquier devoción, si algo tenía que agradecerles era que me habían hecho atea a los trece años. Era tal la discrepancia entre lo que predicaban y lo que practicaban que me convencí de que tanta hipocresía no podía sustentar nada cierto.


Me casé joven con un hombre 15 años mayor que yo, influida en parte por asegurar un estatus económico que por mis medios hubiera sido imposible conseguir y en parte por la presión de mis padres que veían en aquel hombre una salida conveniente. En realidad siempre ha sido un buen hombre pero he echado de menos una vida más incentivada y no con un perfil tan anodino.


Había querido mantener mi empleo para conservar mi independencia, aunque ésta era más teórica que real ya que en realidad con mi sueldo no podría mantenerme decentemente pero me daba la suficiente fuerza moral para no considerarme una mantenida.


Había tenido algunos episodios, más o menos pasajeros, con varios hombres, algunos muy satisfactorios, otros pasables y bastantes totalmente prescindibles.


Y hasta ahí podía contar.


Me escucho con atención y quedó pensativo. Reconoció que por lo que había podido captar pensaba que mi situación económica era precaria. Confiaba en esa circunstancia para convencerme para aceptar su propuesta pero ahora no entendía bien por qué había aceptado.


“Si te soy sincera yo tampoco, me dio un pálpito de que las cosas no eran tan sórdidas como parecían y ahora veo claramente que no me equivocaba"


“Somos dos náufragos de diferentes embarcaciones que hemos recalado en la misma playa".


Nuestra relación se convirtió en costumbre y, durante varios meses, seguimos encontrándonos en el mismo establecimiento, Los contactos profesionales eran los mínimos y siempre procuraba que hubiera testigos, aunque no fuera necesario, para mantener una distancia prudencial. Lamentablemente circunstancias imprevistas complicaron la situación. La empresa recibió una oferta de una multinacional del sector que deslumbró, primero al Consejo de Administración y después a la mayoría de los accionistas. En resumen, un agresivo equipo de ejecutivos desembarco en la empresa y, entre otras medidas, determinaron hacer cambios en la plantilla. Yo fui una de las primeras en ser despedida en unas condiciones que, sin ser leoninas, no dejaron de crearme un vacío personal y moral que tarde en superar.


Por alguna razón, nuestros contactos por email se cortaron de raíz. Y lo único que supe de él, pasado algún tiempo, fue que también fue despedido.


NUESTRO SEGUNDO TRIO.

  Confesion; Anónimo. Fue la pasada noche vieja (31 de diciembre) y esta vez ninguno de los dos teníamos nada pensado, nos reuníamos en mi c...